En el mundo de la inversión ángel y el capital de riesgo, suele repetirse hasta el cansancio que “invertimos en la gente”, que la transparencia y la comunicación honesta son clave. Sin embargo, hay ciertas verdades que casi nunca salen a la luz. Estos tres comentarios, que ni he dicho ni me han dicho, tal vez explicarían muchos “no” y evitarían varias frustraciones. Aunque duelan, creo que serían un paso más hacia construir relaciones más sanas y, por qué no, un ecosistema más fuerte.
- “No invierto en ti porque eres un soberbio.”
Sería mucho más sencillo si, de vez en cuando, alguien se animara a decir: “Mirá, no podemos trabajar juntos porque tu actitud es intransigente, no escuchás ni valorás a tu equipo.” Es fuerte, claro. Pero cuántas veces hemos dado largas explicaciones sobre “la falta de tracción” o “la poca claridad de la propuesta”, cuando en realidad la razón de fondo es que no podemos (o no queremos) lidiar con un ego desmedido.
Y ojo, que me incluyo: también he tenido mis momentos de soberbia. Entonces, ¿no sería más constructivo decírnoslo de frente? Capaz así nos ahorraríamos resentimientos y podríamos madurar un poco como comunidad.
- “No te creo.”
La falta de credibilidad es mortal para cualquier negociación. He estado en ambos lados: presentando proyectos difíciles de creer y escuchando otros que parecían pura ciencia ficción. En vez de maquillar la respuesta con “todavía no veo el product-market fit”, tal vez podría decir: “Lo siento, pero no me convence y no tengo evidencias para cambiar de opinión.”
Sí, suena duro y tal vez destructivo en el momento, pero a la larga es más respetuoso que dejar a la otra parte haciendo malabares para probar lo improbable. A veces, con un simple “no te creo” se cierra un capítulo y se abre la oportunidad de buscar nuevas ideas o presentarlas de otra forma más sólida.
- “No tengo el dinero.”
En este ecosistema damos por sentado que los emprendedores siempre van a conseguir la plata que necesitan y que los inversores tienen chequeras infinitas. Pero la realidad es que el capital es finito, y la competencia por fondos es feroz. Lo cierto es que muchas veces no invertimos simplemente porque no hay recursos disponibles, o no al menos en el momento o en el monto necesario.
Del otro lado, los emprendedores también fingen solvencia eterna cuando en realidad están al borde de tener que parar la operación. Un poco de honestidad nos permitiría calibrar mejor expectativas y esfuerzos. Decir “no hay más plata” o “no llego con estos fondos” no debería ser motivo de vergüenza, sino una base para negociaciones y alianzas más realistas y, por ende, más fuertes.
A pesar de lo incómodas que resultan estas verdades, creo que un poco más de franqueza contribuiría a que el ecosistema de inversión crezca de manera sostenible. No se trata de andar criticando a diestra y siniestra, sino de habilitar un diálogo más genuino que permita corregir rumbos, cultivar mejores relaciones y, en última instancia, ver nacer y crecer más proyectos exitosos. A fin de cuentas, tanto emprendedores como inversores estamos en el mismo barco: queremos que las ideas prosperen y que el país avance. Quizás un poco de valentía para decir lo que pensamos, y de humildad para escuchar lo que no queremos oír, sea la clave para fortalecer este apasionante camino del capital de riesgo.